Para las familias con hijos e
hijas menores, el curso escolar determina sus vidas de forma recurrente y con
él una planificación que se inicia mucho antes de que llegue el primer día de
clase. A los gastos de la vuelta al colegio, que cada año son mayores, a la
preocupación por la conciliación, que sigue siendo precaria, a la ilusión por
la incorporación por primera vez de sus hijos al sistema educativo o el cambio
de etapa o de centro, se unen las incertidumbres de lo que está por venir,
incluso algunas certezas de lo que va a volver a suceder.
Pero este inicio de
curso a todo esto se suma, además, la preocupación por las afecciones que se
derivan de la merma de horas que el profesorado de la escuela pública tiene,
consecuencia de la conquista laboral que supone la reducción de una hora en la
carga lectiva con el alumnado que a todo el profesorado de forma general y, de
dos o cuatro horas a los mayores de 55 y 60 años, se va a aplicar. Parece
razonable pensar que lo actividad docente (lectiva o no) que esas reducciones
suponen, sean realizadas por otros docentes, para garantizar que se está
desarrollando, al menos, la misma actividad educativa que antes de aplicar
estas reducciones.
Y aquí empieza la preocupación de nuestras familias, cuando a
finales del curso pasado se publican las instrucciones que regulan el cupo de
docentes y cuando los representantes de los equipos directivos y del
profesorado nos trasladan que esa cobertura no está garantizada y la administración
educativa entra en un baile de cifras señalando una mayor contratación de
docentes, pero obviando que ese número no cubre las horas de las reducciones
mencionadas. Nuestra preocupación se convierte en malestar, que se traduce en
las masivas movilizaciones que el pasado 18 hemos secundado, ejerciendo nuestro
derecho ciudadano a exigir a los poderes públicos una educación pública de
calidad para nuestros hijos e hijas.
Educación que pasa por que reciban las
materias que el currículo regula, pero también por que dispongan de docentes
para realizar sustituciones puntuales, desdobles que sirven para una atención
individualizada, apoyos que aseguran la consolidación de su
aprendizaje, refuerzos que garantizan que las circunstancias individuales de
cada niño o niña no son un obstáculo para su aprendizaje, programas que
implementan y complementan el currículo y que contribuyen a que la educación
sea integral, que el bienestar emocional del alumnado es una prioridad, que pueda
realizarse una jornada de convivencia, una visita a un museo, un viaje fin de
estudios, un taller de reciclaje, de cocina, de robótica, de medioambiente, de
seguridad vial, de prevención de adicciones, de igualdad de género, etc… ,
programas que necesitan docentes preparados y con tiempo para coordinarse, para
desarrollarlos y para explicarlos a las familias, que somos cómplices
necesarias en la formación de nuestros hijos e hijas.
Miguel Ángel Sanz Gómez Presidente de FAPAR Regional
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